martes, 21 de mayo de 2013

Segundo Capítulo de "La Maldición del Matasanos"


CAPITULO II
¿Quién puede explicar los caprichos del destino? Lo que tiene que suceder, sucede y esta fuerza toda poderosa es la que envolvió con gran intensidad la vida de los novios Olaciregui Rovira. Fresa Azucena, caminaba como en el aire, respiraba amor y la comida rica que servía Doña Juana Maltés en el pupilaje le sabía más sabrosa. Por su lado el Dr. Olaciregui trabajaba con más alegría, se cansaba menos, reía más, su carácter se había vuelto más dulce. Esto es lo que llamaríamos el milagro del amor que como el mejor cirujano transforma los corazones de los humanos. El amor es la mejor terapia para el corazón. Por eso el mismísimo Dios dijo claramente cuando creo nuestro mundo: “No es bueno que el Hombre este solo” y lo que no es bueno es malo. En ese mismo instante el amor surgió como el elemento más importante para acompañar y hacer feliz al hombre. Y ese mismo amor que desató las endorfinas en Adán y Eva son las que en un tremendo torbellino estaba haciendo las delicias en las vidas de Fresa Azucena y el Dr. Demetrio Olaciregui. Decía Doña Juana Maltés, que Fresa Azucena, se pasaba todo el día cantando versos de amores, de romances, cantaba cuando estudiaba, inclusive cuando estudiaba filosofía, no se cómo habrá hecho esa niña para combinar los versos de amor con el estudio de esta materia, pero en fin ya dijimos que el amor hace milagros y enlaza aun lo que parece imposible, la flecha de Cupido junta al rico con el pobre, al feo con la bonita, al alto con la chiquita, al sabio con la simple, al tímido con la extrovertida, al salvadoreño con la hondureña, eso es el amor, no hace diferencia, por eso es que el amor, es el sello de Dios. Fresa Azucena y Demetrio Olaciregui estaban perdidamente enamorados y como el amor es fuego, es energía volcánica en el interior del hombre, esta parejita después del primer ciclo de estudio en la universidad y de haber pasado ambos todas las materias y con buenas notas para la alegría vanidosa de sus padres y la de ellos mismos, querían pasar de las palabras y los besos en las bancas de los parques y en las butacas de los cines al placer en la cama, de dos cuerpos que se desean con una necesidad desenfrenada y desesperante. Ambos jóvenes a diferencia de la mayoría eran de valores y no querían infringir lo que los padres les habían inculcado de pequeños, a ella le habían dicho los padres zopilotes, que tenía que conservarse virgen y cada vez que podían le insistían en esto. Lo raro del asunto y que nos llama la atención es que la insistencia de los padres era en que Fresa Azucena debía mantenerse virgen pero en ningún momento le hablaban que la virginidad era para darle pureza a un posible matrimonio. Y si la pureza no era para el matrimonio, para qué entonces. ¿Raro no? Al Dr. Olacireguía su madre, una viuda austera, seria, de pocas palabras, moralista, rayando con el fanatismo talibán, le repetía al doctorcito, que debía buscar una virgen como esposa para que hiciera juego con su propia virginidad. ¡Un hombre de veinticinco años, todavía virgen! ¿Raro también no? Pero doña Emiliana Cruz ex de Olaciregui, le repetía al doctorcito todos los días y durante los tres tiempos, que los fornicarios y los adúlteros ya tenían el boleto comprado al mismísimo infierno. Doña Emiliana tenía veinticinco años de rumiar el dolor resentido de un hombre que había hecho del adulterio toda una profesión, motivo por el cual había dado por terminado el compromiso matrimonial con el padre del doctorcito, el hacendado Don Demetrio Olaciregui Reyes. Machista y prototipo del latino, bonachón y mujeriego, cuyo único pecado era darle rienda suelta a los instintos del macho. Doña Emiliana tenía veinticinco años de abstinencia sexual, esto es un gran castigo para el cuerpo y la mente de cualquier ser humano. Pero ella sublimaba la libido en un trabajar fanático, frenético y sin descanso tanto en los quehaceres de la casa como en los de la iglesia en la cual se congregaba. Su carácter se había amargado y en parte era por esa batalla sin tregua con los llamados repetidos de la naturaleza. El doctorcito tenía un amor muy especial por su madre ya que ella se había entregado en cuerpo y alma al cuido del único buen fruto como decía ella que le había dejado el puto de su ex marido. Este único hijo no quería decepcionar a su abnegada madre, por lo tanto para no caer en pecado y que en no pocas ocasiones estuvieron muy cerca de ello, Fresa Azucena y el Dr. Demetrio Olaciregui Cruz, decidieron después de seis meses de Noviazgo, casarse como Dios manda y aprovechando entonces los dos meses de la vacación universitaria, se pusieron de acuerdo para que el flamante novio la acompañara al pueblo de el Matasanos para pedir a sus padres zopilotes, la mano de su novia. Un domingo doce de julio a las siete de la mañana tocó la puerta del pupilaje, el Doctor Olaciregui para recoger a su novia, quien salió acompañada de doña Juana Maltés, que ya sabía del asunto y estaba muy contenta por ello, ya que había sido cómplice del noviazgo. Se despidió de los cotorritos con un “Dios y la virgen me los acompañe” y “rezaré por ustedes”. Tomaron un taxi para la terminal y cuando llegaron,  inmediatamente tomaron el bus que en dos horas los pondría en el pintoresco pueblo de “El Matasanos”. Nadie los esperaba porque Fresa Azucena había convencido a su novio, que les darían una sorpresa a sus padres y futuros suegros de él. Lo que el doctorcito no sabía es que la sorpresa se la llevaría él y por qué no decirlo, también ella sería sorprendida, porque lo que el destino les había preparado debía de cumplirse. A las diez de la mañana aproximadamente los novios llegaron al pueblo, se bajaron del bus y se dirigieron a pie a la casa de los padres de Fresa Azucena, la cual se encontraba a siete cuadras de donde los había dejado el bus. El doctorcito iba repasando en silencio y a veces en pequeños murmullos las palabras con las que haría el pedido más importante de su vida. En Villa Bonita Doña Juana Maltés no dejaba de rezar frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe para que todo le saliera bonito a su pupila y no fuera a derramar lágrimas amargas por alguna amarga respuesta de sus padres. Fresa Azucena, sentía los nervios a flor de piel, pero en ningún momento pensaba en alguna respuesta negativa. No había por qué, por lo menos ella no lo sabía. Pero lo cierto es que el destino no tiene rival y nadie que le tuerza el brazo y lo que tiene que suceder, sucederá.
Cuando llegaron, los padres estaban sentados en la sala tomando una sabrosa limonada, cuando ella entro, ellos se pararon un tanto sorprendidos, porque no la esperaban ya que no había avisado que venía como era lo correcto, pero la sorpresa aumentó grandemente, y los ojos de ambos padres se abrieron al máximo cuando el Doctor Olaciregui entró y ella sin mediar introducción suavizante alguna, de sopetón les dijo: les presento a mi novio. Por unos segundos pareció que los zopilotes se volvieron blancos con la noticia, pero solo fue la piel la que les palideció de repente y en este preciso momento los hechos que debían suceder se precipitaron y el destino emitió una carcajada golosa, porque su voluntad se estaba escribiendo y escribiendo con sangre. Y lo que debía ser una reunión de felicidad, de un futuro feliz, de alegría con aires de boda, tomo un giro fúnebre, de consecuencias siniestras, donde se entrecruzaron las fuerzas del más allá con las fuerzas del más acá.  Donde hubo un reclamo de lo pactado en el más allá sobre lo que tenía que suceder en el mas acá en el pueblo de “El Matasanos”.

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