CAPITULO II
¿Quién puede
explicar los caprichos del destino? Lo que tiene que suceder, sucede y esta
fuerza toda poderosa es la que envolvió con gran intensidad la vida de los
novios Olaciregui Rovira. Fresa Azucena, caminaba como en el aire, respiraba
amor y la comida rica que servía Doña Juana Maltés en el pupilaje le sabía más
sabrosa. Por su lado el Dr. Olaciregui trabajaba con más alegría, se cansaba
menos, reía más, su carácter se había vuelto más dulce. Esto es lo que
llamaríamos el milagro del amor que como el mejor cirujano transforma los
corazones de los humanos. El amor es la mejor terapia para el corazón. Por eso
el mismísimo Dios dijo claramente cuando creo nuestro mundo: “No es bueno que el Hombre este solo” y
lo que no es bueno es malo. En ese mismo instante el amor surgió como el
elemento más importante para acompañar y hacer feliz al hombre. Y ese mismo
amor que desató las endorfinas en Adán y Eva son las que en un tremendo
torbellino estaba haciendo las delicias en las vidas de Fresa Azucena y el Dr.
Demetrio Olaciregui. Decía Doña Juana Maltés, que Fresa Azucena, se pasaba todo
el día cantando versos de amores, de romances, cantaba cuando estudiaba,
inclusive cuando estudiaba filosofía, no se cómo habrá hecho esa niña para
combinar los versos de amor con el estudio de esta materia, pero en fin ya
dijimos que el amor hace milagros y enlaza aun lo que parece imposible, la
flecha de Cupido junta al rico con el pobre, al feo con la bonita, al alto con
la chiquita, al sabio con la simple, al tímido con la extrovertida, al
salvadoreño con la hondureña, eso es el amor, no hace diferencia, por eso es
que el amor, es el sello de Dios. Fresa Azucena y Demetrio Olaciregui estaban
perdidamente enamorados y como el amor es fuego, es energía volcánica en el
interior del hombre, esta parejita después del primer ciclo de estudio en la
universidad y de haber pasado ambos todas las materias y con buenas notas para
la alegría vanidosa de sus padres y la de ellos mismos, querían pasar de las
palabras y los besos en las bancas de los parques y en las butacas de los cines
al placer en la cama, de dos cuerpos que se desean con una necesidad
desenfrenada y desesperante. Ambos jóvenes a diferencia de la mayoría eran de
valores y no querían infringir lo que los padres les habían inculcado de
pequeños, a ella le habían dicho los padres zopilotes, que tenía que
conservarse virgen y cada vez que podían le insistían en esto. Lo raro del
asunto y que nos llama la atención es que la insistencia de los padres era en
que Fresa Azucena debía mantenerse virgen pero en ningún momento le hablaban
que la virginidad era para darle pureza a un posible matrimonio. Y si la pureza
no era para el matrimonio, para qué entonces. ¿Raro no? Al Dr. Olacireguía su
madre, una viuda austera, seria, de pocas palabras, moralista, rayando con el
fanatismo talibán, le repetía al doctorcito, que debía buscar una virgen como
esposa para que hiciera juego con su propia virginidad. ¡Un hombre de
veinticinco años, todavía virgen! ¿Raro también no? Pero doña Emiliana Cruz ex
de Olaciregui, le repetía al doctorcito todos los días y durante los tres
tiempos, que los fornicarios y los adúlteros ya tenían el boleto comprado al
mismísimo infierno. Doña Emiliana tenía veinticinco años de rumiar el dolor
resentido de un hombre que había hecho del adulterio toda una profesión, motivo
por el cual había dado por terminado el compromiso matrimonial con el padre del
doctorcito, el hacendado Don Demetrio Olaciregui Reyes. Machista y prototipo
del latino, bonachón y mujeriego, cuyo único pecado era darle rienda suelta a
los instintos del macho. Doña Emiliana tenía veinticinco años de abstinencia
sexual, esto es un gran castigo para el cuerpo y la mente de cualquier ser
humano. Pero ella sublimaba la libido en un trabajar fanático, frenético y sin
descanso tanto en los quehaceres de la casa como en los de la iglesia en la
cual se congregaba. Su carácter se había amargado y en parte era por esa
batalla sin tregua con los llamados repetidos de la naturaleza. El doctorcito
tenía un amor muy especial por su madre ya que ella se había entregado en
cuerpo y alma al cuido del único buen fruto como decía ella que le había dejado
el puto de su ex marido. Este único hijo no quería decepcionar a su abnegada
madre, por lo tanto para no caer en pecado y que en no pocas ocasiones
estuvieron muy cerca de ello, Fresa Azucena y el Dr. Demetrio Olaciregui Cruz,
decidieron después de seis meses de Noviazgo, casarse como Dios manda y
aprovechando entonces los dos meses de la vacación universitaria, se pusieron
de acuerdo para que el flamante novio la acompañara al pueblo de el Matasanos
para pedir a sus padres zopilotes, la mano de su novia. Un domingo doce de julio
a las siete de la mañana tocó la puerta del pupilaje, el Doctor Olaciregui para
recoger a su novia, quien salió acompañada de doña Juana Maltés, que ya sabía
del asunto y estaba muy contenta por ello, ya que había sido cómplice del
noviazgo. Se despidió de los cotorritos con un “Dios y la virgen me los
acompañe” y “rezaré por ustedes”. Tomaron un taxi para la terminal y cuando
llegaron, inmediatamente tomaron el bus
que en dos horas los pondría en el pintoresco pueblo de “El Matasanos”. Nadie
los esperaba porque Fresa Azucena había convencido a su novio, que les darían
una sorpresa a sus padres y futuros suegros de él. Lo que el doctorcito no
sabía es que la sorpresa se la llevaría él y por qué no decirlo, también ella
sería sorprendida, porque lo que el destino les había preparado debía de
cumplirse. A las diez de la mañana aproximadamente los novios llegaron al
pueblo, se bajaron del bus y se dirigieron a pie a la casa de los padres de
Fresa Azucena, la cual se encontraba a siete cuadras de donde los había dejado
el bus. El doctorcito iba repasando en silencio y a veces en pequeños murmullos
las palabras con las que haría el pedido más importante de su vida. En Villa
Bonita Doña Juana Maltés no dejaba de rezar frente a la imagen de la Virgen de
Guadalupe para que todo le saliera bonito a su pupila y no fuera a derramar
lágrimas amargas por alguna amarga respuesta de sus padres. Fresa Azucena,
sentía los nervios a flor de piel, pero en ningún momento pensaba en alguna
respuesta negativa. No había por qué, por lo menos ella no lo sabía. Pero lo
cierto es que el destino no tiene rival y nadie que le tuerza el brazo y lo que
tiene que suceder, sucederá.
Cuando llegaron, los padres
estaban sentados en la sala tomando una sabrosa limonada, cuando ella entro,
ellos se pararon un tanto sorprendidos, porque no la esperaban ya que no había
avisado que venía como era lo correcto, pero la sorpresa aumentó grandemente, y
los ojos de ambos padres se abrieron al máximo cuando el Doctor Olaciregui
entró y ella sin mediar introducción suavizante alguna, de sopetón les dijo:
les presento a mi novio. Por unos segundos pareció que los zopilotes se
volvieron blancos con la noticia, pero solo fue la piel la que les palideció de
repente y en este preciso momento los hechos que debían suceder se precipitaron
y el destino emitió una carcajada golosa, porque su voluntad se estaba
escribiendo y escribiendo con sangre. Y lo que debía ser una reunión de
felicidad, de un futuro feliz, de alegría con aires de boda, tomo un giro fúnebre,
de consecuencias siniestras, donde se entrecruzaron las fuerzas del más allá
con las fuerzas del más acá. Donde hubo
un reclamo de lo pactado en el más allá sobre lo que tenía que suceder en el
mas acá en el pueblo de “El Matasanos”.
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